Stefan Wolff, University of Birmingham
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero de 2025, combinado con un Senado y una Cámara de Representantes liderados por los republicanos, era muy temido entre los aliados internacionales y será vitoreado por algunos de los enemigos de Estados Unidos. Mientras los primeros ponen buena cara, a los segundos les cuesta ocultar su alegría.
En cuanto a la guerra en Ucrania, es probable que Trump intente forzar a Kiev y a Moscú al menos a un alto el fuego a lo largo de las actuales líneas del frente. Esto podría implicar, posiblemente, un acuerdo permanente que reconociera las ganancias territoriales de Rusia, incluida la anexión de Crimea en 2014 y los territorios ocupados desde la invasión a gran escala en febrero de 2022.
También es probable que Trump acepte las exigencias del presidente ruso, Vladímir Putin, de impedir una futura adhesión de Ucrania a la OTAN. Dada la conocida animadversión de Trump hacia esa organización, también supondría una importante presión para los aliados europeos de Kiev. Trump podría, una vez más, amenazar con abandonar la alianza para conseguir que los europeos firmaran un acuerdo con Putin sobre Ucrania.
En lo que respecta a Oriente Próximo, el republicano ha sido un firme defensor de Israel y Arabia Saudí en el pasado. Es probable que redoble su apuesta, incluso adoptando una línea aún más dura con Irán. Esto concuerda perfectamente con las prioridades actuales del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
Netanyahu parece decidido a destruir a Hamás, a Hezbolá y a los hutíes, aliados de Irán en Yemen, y a degradar gravemente las capacidades iraníes. Al destituir a su ministro de Defensa, Yoav Gallant, crítico con la gestión de la ofensiva en Gaza, Netanyahu ha sentado las bases para una continuación del conflicto allí.
También prepara una ampliación de la ofensiva en Líbano y un ataque potencialmente devastador contra Irán en respuesta a cualquier nueva acción iraní contra Israel.
La elección de Trump envalentonará a Netanyahu para actuar. Y esto, a su vez, también fortalecería la posición del nuevo presidente hacia Putin, que ha llegado a depender del apoyo iraní para su guerra en Ucrania. Trump podría ofrecer frenar al líder israelí en el futuro como moneda de cambio con Putin en su apuesta por asegurar un acuerdo sobre Ucrania.
Pivote hacia China
Mientras que Ucrania y Oriente Medio son dos áreas en las que se avecinan cambios, las relaciones con China probablemente se caracterizarán más por la continuidad que por el cambio. Siendo quizá el principal reto estratégico de política exterior para Estados Unidos, la administración Biden continuó muchas de las políticas que Trump adoptó en su primer mandato, y es probable que las redoble en un segundo mandato.
Es posible que la Casa Blanca de Trump aumente los aranceles a la importación, y ha hablado mucho de utilizarlos para atacar a China. Pero también puede ocurrir que Trump esté abierto a acuerdos pragmáticos y transaccionales con el presidente chino, Xi Jinping.
Al igual que en las relaciones con sus aliados europeos en la OTAN, un serio interrogante se cierne sobre el compromiso de Trump con la defensa de Taiwán y otros aliados del tratado en Asia, incluyendo Filipinas, Corea del Sur y, potencialmente, Japón. En el mejor de los casos, Trump se muestra tibio en cuanto a las garantías de seguridad estadounidenses.
Pero como demostró su relación intermitente con Corea del Norte en su primer mandato, Trump está dispuesto, en ocasiones, a ir más allá, acercándose peligrosamente a la guerra. Así ocurrió en 2017 en respuesta a una prueba norcoreana de misiles balísticos intercontinentales.
La imprevisibilidad del régimen de Pyongyang hace que otro roce de este tipo sea tan probable como que la imprevisibilidad del nuevo presidente electo estadounidense haga concebible que acepte una Corea del Norte con armas nucleares como parte de un acuerdo más amplio con Rusia, que ha desarrollado relaciones cada vez más estrechas con el régimen de Kim Jong-un.
Hacerlo daría a Trump una influencia adicional sobre China, que ha mostrado preocupación por los crecientes lazos entre Rusia y Corea del Norte.
Preparándose para una Casa Blanca de Trump
Amigos y enemigos por igual van a utilizar los meses que quedan antes de que Trump regrese a la Casa Blanca para tratar de mejorar sus posiciones y conseguir cosas que serían más difíciles de hacer una vez que esté en el cargo.
Es probable que la expectativa de que Trump impulse el fin de las guerras en Ucrania y Oriente Próximo lleve a una intensificación de los combates allí para crear lo que las distintas partes piensan que podría ser un statu quo más aceptable para ellas. Esto no augura nada bueno para las crisis humanitarias que ya se están gestando en ambas regiones.
También es concebible un aumento de las tensiones en la península coreana y sus alrededores. Tal vez Pyongyang quiera aumentar sus credenciales con más pruebas de misiles (potencialmente nucleares).
Además, el recrudecimiento de los combates en Europa y Oriente Medio y de las tensiones en Asia podrían tensar las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados en las tres regiones. En Europa, el temor es que Trump pueda llegar a acuerdos con Rusia pasando por encima de sus aliados de la UE y la OTAN y amenazándoles con el abandono.
Esto socavaría la longevidad de cualquier acuerdo ucraniano (o europeo en general) con Moscú. El relativo pésimo estado de las capacidades de defensa europeas y la decreciente credibilidad del paraguas nuclear estadounidense no harían sino animar a Putin a impulsar aún más sus ambiciones imperiales una vez que se haya asegurado un acuerdo con Trump.
En Oriente Próximo, Netanyahu no tendría ningún freno. Y, sin embargo, aunque algunos regímenes árabes podrían aplaudir que Israel golpeara a Irán y a sus aliados, se preocuparán por la reacción ante la difícil situación de los palestinos. Si no se resuelve este eterno problema, la estabilidad en la región, por no hablar de la paz, será prácticamente imposible.
En Asia, los retos son diferentes. Aquí el problema es menos la retirada estadounidense y más una escalada impredecible y potencialmente inmanejable. Con Trump, es mucho más probable que a Estados Unidos y China les resulte difícil escapar de la llamada trampa de Tucídides: la inevitabilidad de la guerra entre una potencia dominante pero en declive y su rival en ascenso.
Esto plantea la cuestión de si las alianzas de Estados Unidos en la región son seguras a largo plazo o si algunos de sus socios, como Indonesia o India, considerarán la posibilidad de realinearse con China.
En el mejor de los casos, todo esto augura una mayor incertidumbre e inestabilidad no sólo tras la toma de posesión de Trump, sino también en los meses posteriores.
En el peor de los casos, supondrá que la autoproclamada infalibilidad de Trump no ha funcionado. Pero para cuando él y su equipo se den cuenta de que la geopolítica es un negocio más complicado que el inmobiliario, puede que hayan provocado el mismo caos del que han acusado a Biden y Harris.
Stefan Wolff, Professor of International Security, University of Birmingham
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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