El plástico se ha convertido en el material omnipresente de la vida cotidiana. Su presencia se ha demostrado en lo que comemos, bebemos e incluso respiramos.
Los plásticos tradicionales son derivados del petróleo, y periódicamente aparecen noticias más o menos alarmistas sobre el impacto que estas sustancias podrían tener sobre la salud. Pero ¿qué relación hay entre la ingesta de microplásticos y nanoplásticos y ciertas enfermedades? ¿Cómo nos está afectando a la salud?
Más de tres mil sustancias químicas de plásticos en envases de alimentos
Los materiales plásticos se degradan dando lugar a materiales pequeños que conocemos como micro y nanoplásticos (MNP), aunque también pueden ser productos intencionadamente creados a ese tamaño, como algunos cosméticos y productos de limpieza. Estas partículas no se descomponen fácilmente y, una vez en el medio ambiente, pueden encontrar una ruta de entrada en nuestro cuerpo.
Un estudio reciente liderado por Geueke y colaboradores señala que los humanos estamos expuestos a 3601 sustancias químicas derivadas de plásticos usados en el almacenamiento y envasado de alimentos, conocidas como FCC (siglas de Food Contact Chemicals). Algunas de estas sustancias poseen propiedades peligrosas y, por tanto, sería conveniente reducir su exposición.
Se acumulan en órganos vitales
La preocupación se incrementa porque sabemos que los micro y nanoplásticos pueden atravesar barreras biológicas en el cuerpo humano.
Así, se ha descrito que los MNP tienen la capacidad de cruzar el epitelio intestinal (la barrera de protección de nuestro cuerpo que debería impedir la absorción de sustancias nocivas), la barrera hematoencefálica (la que protege el cerebro) e incluso llegan a aparecer en el cordón umbilical. Todo esto implica que pueden acumularse en órganos vitales.
Investigaciones en modelos animales y cultivos celulares han mostrado que los MNPs pueden causar efectos preocupantes como inflamación, daño en el ADN, alteraciones metabólicas, estrés oxidativo y alteración de la función celular.
Y, aun así, desconocemos su impacto a largo plazo en nuestra salud.
Las investigaciones actuales señalan riesgos potenciales, pero se basan en modelos animales y ensayos in vitro que no reflejan completamente la complejidad del cuerpo humano.
Todo esto nos deja con más preguntas que respuestas. ¿Qué niveles de exposición son seguros? ¿Qué enfermedades podrían estar directamente relacionadas con los MNPs?
A pesar de la creciente atención a los MNPs, aún no existen suficientes estudios que midan de manera precisa los niveles de exposición ni sus efectos acumulativos. Aquí es donde las agencias reguladoras y los cuerpos normativos encargados de monitorizar y proteger nuestra salud tienen un papel fundamental.
El papel de las agencias reguladoras
En Estados Unidos y la Unión Europea, las agencias reguladoras son la FDA (Food and Drug Administration) y la EFSA (European Food Safety Authority). Ambas tienen la responsabilidad de evaluar los riesgos de diversas sustancias que entran en contacto con los alimentos, incluidos los plásticos. Estas agencias revisan estudios científicos y establecen límites sobre la migración de compuestos químicos desde envases plásticos hacia los alimentos.
Sus decisiones se basan en la evidencia científica disponible para establecer límites de exposición segura, aunque los estudios suelen presentar incertidumbre, ya que no siempre reflejan las condiciones reales de exposición diaria.
Comemos, bebemos y respiramos plástico
La exposición humana es multifactorial: ingerimos MNPs no solo por alimentos, sino también por el aire y el agua. A menudo, se trata de compuestos poco conocidos, por lo que las regulaciones se enfocan en sustancias bien estudiadas, como el bisfenol A (BPA) y los ftalatos, conocidos disruptores endocrinos.
No obstante, ¿qué es lo que suele ocurrir? Normalmente, según vamos estudiando cada vez más un sistema, lo vamos comprendiendo mejor y entendemos su impacto sobre la salud. Además, también avanzan las técnicas de detección y nos permiten medir de forma fiable cantidades de sustancias cada vez más pequeñas. Así, para el BPA la EFSA empezó estableciendo una ingesta diaria tolerable de 50 mg por kg de peso y, según sabíamos más y más, se fue bajando hasta alcanzar los 0,2 ng/kg de peso en 2023. Durante este camino, la EFSA ha ido prohibiendo su uso en la fabricación de biberones de policarbonato, en los recibos de papel térmico y ha reducido su uso en materiales en contacto con alimentos en base a las ingestas diarias tolerables.
El reto de vivir en la edad del plástico
El reto es importante: solo por vivir en países industrializados vamos a estar expuestos diariamente a una amplísima variedad de compuestos químicos. Y no se puede regular el uso de todos ellos si no se conoce su efecto sobre la salud.
Necesitamos más estudios que investiguen los efectos de los MNP en humanos para que las agencias reguladoras decidan en base a la evidencia. Por otro lado, la acumulación de MNP en el medio ambiente no es algo que se pueda resolver de la noche a la mañana: la ciencia necesita tiempo.
Mientras tanto, individualmente, podemos reducir nuestra exposición. La medida prudente es hacer cambios en la forma en que usamos y desechamos el plástico, especialmente si ese plástico está en contacto con nuestra comida o bebida. Así, en todos los casos, debemos estar seguros de que el material que empleamos es apto para el uso alimentario y que es reutilizable.
¿Utilizamos envases de un solo uso, como los de helado, para guardar alimentos? Pues no deberíamos. Del mismo modo, debemos evitar calentar alimentos en recipientes de plástico y, si lo hacemos, debemos usar plásticos etiquetados como “aptos para microondas”.
Mientras buscamos evidencia sobre su impacto sobre la salud, como ciudadanos podemos participar activamente en cómo convivimos con estos materiales.
Inmaculada Ballesteros Yáñez, Profesora Titular de Universidad, Universidad de Castilla-La Mancha; Carlos Alberto Castillo Sarmiento, Profesor de Bioquímica y de Nutrición y Dietética, Universidad de Castilla-La Mancha y José Ramón Muñoz Rodríguez, Profesor de metodología y estadística en investigación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: Elizabeth Boyx
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Fuente: republicadominicana24horas.net